El 2 de octubre de 1969, a tan sólo 74 días del histórico alunizaje de la expedición Apolo XI, los astronautas Neil Armstrong y Michael Collins aterrizaron en el Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires para realizar una visita fugaz a la Argentina, como parte de una gira continental a la que los envió el gobierno de Estados Unidos.
De su paso por Buenos Aires quedaron algunos encuentros protocolares, a los que se agregaría luego una muestra de suelo lunar, un segundo fragmento perdido en medio de uno de los vendavales políticos de Argentina y, tal vez, un par de versos de la famosa “Balada para un loco”.
El alunizaje, que en una proeza tecnológica para la época fue seguida en directo prácticamente en todo el mundo, fue el 20 de julio.
La certeza de la frase “este es un pequeño paso para un hombre pero un gran paso para la humanidad”, que pronunció Armstrong al imprimir su huella en la luna daría, medio siglo más tarde, para un debate universal, pero en aquel momento se escribía como lema en los pizarrones de los colegios.
Tras el amerizaje en el océano Pacífico, a las 18:50 del 24 de julio, Armstron (comandante), Buzz Aldrin (piloto del módulo lunar, el segundo en pisar la superficie selenita) y Collins (piloto del módulo de mando, que se quedó orbitando en torno a la luna, sin bajar de la nave), ingresaron a una cuarentena de 21 días, hasta el 14 de agosto, como lo confirma el periodista argentino Diego Córdova en su libro Huellas en la Luna.
Poco más de un mes después de esta cuarentena, donde fueron visitados y dialogaron a través de una suerte de pecera con el presidente estadounidense Richard Nixon, los astronautas fueron enviados a un periplo por buena parte del mundo, acompañados por sus esposas.
El viaje fue diseñado por Estados Unidos para consolidar su victoria en la carrera espacial, que era una de las facetas de la guerra fría con el bloque dominado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
En Perú, escala previa a la llegada de la misión de los astronautas, Aldrin tuvo que regresar a los Estados Unidos por un llamado de la base donde prestaba servicios. Su esposa siguió acompañando la gira, de modo que llegaron a Buenos Aires sólo dos tripulantes del Apolo XI y las tres esposas.
En los dos días escasos que estuvieron en la capital de Argentina se alojaron en el hotel Alvear, en el barrio de la Recoleta, y fueron recibidos en la Casa Rosada por el presidente de facto Juan Carlos Onganía, un general de caballería que, como tantos dictadores de la época, estaba claramente alineado con Washington en aquellos años de disputa con el bloque comunista.
Antes de partir hacia Chile, próxima etapa de la gira continental, dejaron en su paso por la Casa Rosada, adonde concurrieron acompañados por el embajador de Estados Unidos en Argentina, David Lodge, un acta protocolar y unas cuantas fotos con el presidente de facto.
Pero por aquellos días, también el poeta Horacio Ferrer estaba escribiendo la letra, musicalizada por Astor Piazzolla, de “Balada para un loco”, la obra estrenada en medio de una fuerte polémica en el Festival de Buenos Aires de la Canción y la danza, que no fue la premiada pero fue reconocida de inmediato por el público, que la instaló como un clásico de la música ciudadana.
“Ya sé que estoy piantao, piantao pianto…/ No ves que va la luna rodando por Callao;/ que un corso de astronautas y niños, con un vals,/ me baila alrededor… ¡Bailá! ¡Vení! ¡Volá!”.
Ferrer, pocos años antes de morir, señaló que a cada verso de esa letra se le asignaron interpretaciones varias y entendió que ese era el secreto “de su perduración”.
Por lo tanto, con astucia, no aclaró si el paso de los astronautas por la avenida Callao, camino hacia el Hotel Alvear, había sido la imagen que lo inspiró, pero las fechas concuerdan. El punto final de esa obra lo puso el 14 de noviembre de 1969, tal como consta en el manuscrito que mostró años atrás en el programa Así lo hice.
Poco después de esta la visita de Armostron y Collins, el gobierno de Estados Unidos envió a todos los países que habían respaldado la misión Apolo XI una pequeña muestra del suelo de la luna. Esa pieza está expuesta actualmente en el Planetario porteño.
En cambio, la muestra tomada por al Apolo XVII, que alunizó en diciembre de 1972, que llegó a la Argentina al año siguiente, por raro e increible que suene, se perdió.
El fragmento de roca lunar llegó al país en algún momento del breve y convulsionado gobierno de Héctor J. Cámpora, entre el 25 de mayo y el 13 de julio de 1973, y no hay registro de adónde fue a parar, en qué cajón quedó olvidado o en qué bolsillo fue sustraído.